jueves, 9 de septiembre de 2010

¿Qué más puede salir mal?

Nunca protestaba por nada. Siempre prefería pensar que debía de haber alguien en el mundo que estuviese en una situación peor a la de él. Y, por supuesto, estaba en lo cierto. Lo que nunca pensaba es que también hay gente que sin hacer ningún esfuerzo más que aprovecharse del trabajo de otros, tenían una situación infinitamente superior en bienestar a la él. Y sin embargo, su superstición superaba todo lo conocido.

Aquel día el pie que primero puso en el suelo al levantarse fue el izquierdo, aunque no reparó en ello. Ni lo haría. Había hecho movimientos de gimnasta para poder poner primero su pie derecho al levantarse por la mañana o cuando se levantaba del sofá o la silla. Y, como siempre debe haber una primera vez, este día fue el primero que se levantó con el pie izquierdo aunque no hubiese sido consciente de ello.
Tomó su desayuno como hacía todos los días, después de lavarse la cara y vestirse con la ropa que dejaba sobre la mesa antes de dormir. Cuando estaba untando la rebanada de pan con la margarina, ésta se le cayó sobre el pantalón y tal como dice Murphy, por el lado donde estaba untada la margarina. Soltó una maldición y fue a su dormitorio a por uno limpio. Cuando estaba abrochando el último botón, se quedó con él en la mano. Lo tiró con rabia en la cama sin hacer y cogió el último limpio que le quedaba en el armario y rezó a su ateísmo para que no se le estropease éste. Poco después salía por el portal en dirección al trabajo. Nada más salir, una paloma le dio la bienvenida tras descargar su aparato digestivo. Si hubiese tenido algo que arrojarle a la paloma hubiese batido algún record olímpico a la hora de lanzarla lejos de él. Su camisa de manga larga y color celeste quedó inservible. Tuvo que volver a casa. Cuando volvió a salir fue directo hacia el trabajo. Los quehaceres pendientes los haría tras la jornada. No le daría tiempo. Al llegar a la plaza donde se ubicaba su oficina, los reflejos que desarrolló durante sus años en el equipo de fútbol jugando de portero lo libraron de recibir un fuerte balonazo aunque el movimiento de su mano para despejar el balón de su trayectoria su cabeza, no fue todo lo fuerte que debiera y su mano se dobló ante el contacto con el balón. Maldijo en voz alta y se sujetó la muñeca derecha con su mano izquierda. Echó un vistazo a su alrededor con la esperanza de encontrar al que había pateado el balón y poder descargar su frustración con él. Aunque supiese que al final, guardaría silencio. Pero lo único que vio fue correr a un niño moreno perdiéndose entre las fachadas de los edificios. Se soltó la mano derecha e hizo variso giros de muñeca. Todo parecía estar en orden.

Entró en la oficina y sus compañeros lo recibieron con caras apesadumbradas. Se sentó en su silla y preguntó a su compañero qué era lo que había ocurrido. El compañero le contestó con voz baja que había venido los jefes de la oficina del centro y aquello nunca sucedía para traer buenas noticias. Y más con los tiempos que corren. Sin contestar palabras, encendió su ordenador y se disponía a comenzar su jornada laboral. Nadie le preguntó el motivo de su retraso, cosa que agradeció por evitar la humillación de contar como la evacuación de una paloma había sido la causante de la llegada a deshoras. Cuando el ordenador de terminó de iniciar recibió un aviso de un fallo del sistema de antivirus y cortafuegos. Aco seguido el sistem se bloqueó y tras iniciarlo de nuevo, el bloqueo persistía. Golpeó con las manos la mesa de forma leve. Uno de esos malditos virus creados por gente aburrida de vidas mediocres le había fastidiado el equipo y, posiblemente, le había hecho perder datos valiosos. Maldijo en voz baja. Su día había comenzado hacía a penas cuatro horas y le habían llovido los golpes de mala suerte.
Cuando consiguió reiniciar el equipo y volver a instalar todos los programas y de recuperar algunos datos, su teléfono sonó. Lo requerían en el despacho del jefe. Se levantó pensando las explicaciones que iba a dar por el problema surgido con su sistema y qué palabras usaría. Nada más llegar, vio a dos hombres sentados junto al que era su jefe desde hacía dos años y notó las miradas que se clavaban en su persona.

"mire usted, estamos pasando por momentos difíciles y la empresa debe hacer recortes, usted ya me entiende..."
"No, sinceramente, no lo entiendo. No entiendo que tiene que ver los tiempos difíciles con el que hecho del que al ordenador se le haya metido un virus"
"No, no es eso. Por supuesto que no tiene nada que ver. Es más, ha hecho usted un buen trabajo recuperando el sistema. El problema es que debemos recortar la plantilla y usted es uno de los elegidos. Lo siento mucho.

Hizo un esfuerzo porque las lágrimas no aflorasen en sus ojos. Salió sin despedirse de sus compañeros que ya recogían sus cosas para salir. Antes de que todos saliesen, sonó el teléfono de dos más. él ya sabía qué les iban a decir. Cuando salió a la calle, pensó en las dos tareas más próximas que debía realizar. Llevaba quince años jugando la misma combinación de lotería y aquella noche era el sorteo. Tenía hasta las nueve para validar la combinación. A las cinco tenía una cita en un centro de tatuajes. Decidió comer alguna cosa en un bar cercano a la oficina y después iría a tatuarse. Por último validaría el boleto de lotería. Comió acompañado de las noticias deprimentes que todos los días nos visitan. Llamó a su novia para invitarla a cenar e informarla de su nueva situación laboral. Se despidió prometiéndole una sorpresa. Al terminar de comer, sintió varias punzadas de dolor en su vientre y le hizo temerse lo peor.

Media hora antes de su cita con el tatuador estaba sentado en su baño acordándose de la paloma de la mañana. Si aquello persistía, no llegaría a tiempo. Alcanzó su teléfono móvil y llamó al centro de tatuajes. Contó su problema y el tatuador lo arregló para cambiarle la hora. A medida que la tarde iba pasando, los dolores de estómago fueron disminuyendo y ahora pensaba que a la nueva hora, sí que podría llegar a tiempo. Cuando consiguió que pasara media hora sin que su estómago se quejara, decidió darse baño. Sus cálculos le confirmaban que tenía el tiempo justo. Pensó que otro ataque intestinal supondría la cancelación de marcar su piel, hecho durante tiempo deseado. Tenía que ser hoy. Volvió a rezar a su ateísmo. El contacto con el agua fría pareció revitalizar sus sentidos y la sensación de bienestar después de un día que estaba resultando desastroso a todas luces, lo iba invadiendo lentamente. Se vistió deprisa, dio dos pulsaciones a su frasco de colonia y fue directamente al centro. Cuando dobló la primera esquina hacia su destino, comenzó a llover. Se resguardó bajo el toldo de una pequeña pastelería y miró el reloj. Si volvía a casa a por un paraguas, llegaría tarde. Decidió ir bajo las protección de algunos toldos, que no cubrían todo el trayecto. Llegó finalmente al centro empapado. El tatuador lo miró y con gesto cómico, le entregó una toalla. Mientras se secaba cayó en la cuenta que no había validado el boleto con los números que llevaba quince años jugando. Bueno, el tatuaje no era muy grande, y este hombre era un experto. Seguro que le daría tiempo después. El dibujo que se tatuaría estaba determinado desde hacía varios días, pero cuando sintió la aguja clavarse en su piel, hiper sensible al dolor como era el muchacho, se preguntó por qué diablos había decidido hacer semejante locura. El reloj seguía avanzanado y aquella tortura no acababa. Cuando por fin el hombre dijo que había acabado, el suspiro de alivio se oyó hasta en la última planta del bloque donde se ubicaba el negocio. Después escuchó nervioso los consejos post tatuaje, como lavar con agua el dibujo y poner film transparente. Tendría que volver pasados unos días a ver qué tal iba. Pagó y salió de allí corriendo. Seguía lloviendo. Todavía faltaban diez minutos para que se cerrara el plazo de validación de boletos. Llegaría. Seguro que le tocaría tirar el boleto al contenedor de reciclado de papel, pero aquello era ya un ritual. Corrió varias calles bajo la fina llovizna que caía y cuando llegó a la administración, estaba cerrada. Luego cayó en la cuenta que los jueves por la tarde, el que validaba los boletos era un trabajador del Ayuntamiento por la mañana y al parecer, estaba muy acostumbrado a trabajar menos de la cuenta... Cuando el río suena, agua lleva. Y nunca mejor dicho. Luego los "trabajadores" del los ayuntamientos que quejan... No miraría el resultado del sorteo por si acaso, aunque tenía la sensación de que se había ahorrado el importe del boleto.
Se fue al restaurante donde había quedado con la mujer con la que llevaba compartiendo su corazón tres años. No había llegado aún. Se metió en el aseo y se secó con un puñado de toalletas que allí habían. Salió y se dirijió a un camarero para indicarle que tenía una mesa reservada. Elizabeth aún no había llegado. Se sentó y pidió una botella de vino de la casa. El camarero le sirvió una copa y dejó la botella dentro de una hielera. Al fondo del muro lateral del restuarante un flamante televisor de pantalla de gigantescas proporciones, puesto allí para aumentar la vanidad y el egocentrismo del propietario, daba las mismas noticias deprimentes que había visto en la pequeña pantalla del bar donde había almorzado. Elizabeth llegó y lo besó en la mejilla. El maquillaje que traía aumentaba su peso corporal en un par de kilos. Él sonreía sólo con verla y ella aquella noche parecía tener prisa. Había aceptado la invitación para cenar con varios días de antelación. Marcos no entendía sus prisas, sabía que tenía un compromiso. ¿Qúé ocurría? Tuvo la genial idea de enseñarle su tatuaje. Un precioso corazón rojo con su nombre dentro. Elizabeth. "Pienso tatuarme tu caras debajo de este, ¿qué te parece?" Ella no sonrío y habló sin mirarlo a los ojos. "Marcos, no quiero continuar con esta falsa: Llevo acostándome con otro desde cinco meses y creo que me he enamorado de él. No merece la pena seguir. Buena suerte en tu vida" Se levantó y se fue sin mirarlo, sin decir ninguna palabra más. Tuvo la sensación de que el despertador sonaría de un momento a otro. ¿Qué haría con el tatuaje? Por lo que tenía entendido era una marca para siempre. De un trago vacío lo que quedaba en la botella y se dirigió a la caja para pagarla. Se le había quitado el hambre. Miró fuera. Seguía lloviendo pero no le importó. Un camarero gritó que pusieran el canal de la lotería, que estaba seguro que esa noche iba a mandar a la mierda al jefe y al maldito restaurante aquel de poca monta. El cajero obedeció. El sorteo se había celebrado y repetían la combinación ganadora. No pudo evitar oirla. Quería morirse.