martes, 11 de noviembre de 2008

No me gustan los franceses

No me gustan los franceses... aunque me han gustado mucho las francesas. Pero ya no. No hay que negar que las hay muy guapas y muy educadas, pero ¿dónde no hay personas así? El mundo es muy grande y nosotros sabemos muy poco. Como también es un error generalizar, pero en la vida de Sigo Estrellado del Mundo hasta respirar es un error. Repito, nunca me han gustado los franceses y si algún francés lee esto, y lo entiende, pues que se joda. Sé que a ellos no les gustamos tampoco, nos tiraron camiones enteros de fresas. Les gustan nuestras playas, la paella... cosas así. Y para colmo de males, mi primer beso fue con una francesa, con ella aprendí todo lo que hoy sé y sólo duró una noche. El día siguiente me dijo que no se acordaba de nada... ¿de qué me sorprendo? Leí en "El Mundo de Sofía" que lo único que se necesita para convertirse en un buen filósofo es la capacidad de asombro. Yo creo que debo de ser el mejor que hay; después de todos los golpes que llevo y los que me quedan por recibir, sigo sorprendiéndome.
Daré un salto en mis desventuras para contarles la última. Les diré que después de lo que saben y lo que les queda por saber, soy padre. Tengo un niño de seis añitos que es lo mejor que he hecho en mi vida. Pero en la vida de Sigo nada puede salir bien y mi hijo está en México con su madre. Hace poco que he ido a verlo. Y a pesar de todo, ha merecido la pena. Tuve que buscar el vuelo más económico porque no está el horno para bollos. Y el más barato, que no por ello asequible, fue con Air France. Franceses, a ver qué tal. Llego al control del equipaje de mano y veo a cuatro subnormales franchutes dando gritos en francés para ordenar a trescientos hispanos que habíamos allí que nos ordenásemos bien. Cuando paso por el detector de metales, fui de los pocos a los que no le pitó el aparato de los cojones. Pero aún así, el franchute de turno, muy profesional él, me metió toda la mano que le dio le gana. Lo miré y con la mirada le dije ¿contento? Me dirigí a la puerta de embarque. Esperamos estoicamente tres horas antes de embarcar. Había un grupo de cincuenta costaricenses, y otros tantos de Gudalajara. Algunos incluso iban a Managua, varios franceses y otros tantos españolitos.
El avión despegó y todo transcurría con normalidad hasta que a un zorrón francés se le ocurrió ponerse enferma. Gracias a esta impresentable, el avión hubo de dar media vuelta y regresar a la capital de Francia. Yo me pregunté por qué la muy zorra, si estaba enferma, si había embarcado para pasar doce horas dentro del pájaro inerte. Las personas de Costa Rica, de Guadalajara y yo, que debíamos coger un vuelo de conexión para llegar a nuestros destinos, nos empezamos a desperar porque esta hora y media que acabábamos de perder, jugaba en nuestra contra para llegar a tiempo. El mazazo llegó cuando nos dijeron que la tripulación no podía reemprender el vuelo porque excederían el número de horas permitidas. Así que hasta el día siguiente no saldríamos. Tras cuatro horas esperando a que me ubicaran el vuelo, la franchute que me atendió y con la que hube de hablar en inglés, yo, con mi inglés llanito de Antequera, me dijo que saldría el día siguiente a las cuatro y media de la tarde, y que llegaría a México a las nueve y media. Le dije que no era posible, pues mi avión hacia el norte salía a las diez y viente y no me iba a dar tiempo. La puerca me dijo que era lo único que había. Me resigné y me fui al hotel cortesía de Merd France para pasar la noche rompiendo en lágrimas un minuto sí y el otro también. No hubo nadie del vuelo que no le deseara al putón francés que no saliese de aquella noche. Que si estaba tan enferma como para joder a trescientos pasajeros, que hubiese una razón, y yo, para qué negarlo, se lo deseé con más fuerza que nadie. Al otro día me enteré que a gente que fue atendida después de mí, le habían dado vuelos a las una de la tarde incluso a las diez de la mañana. Multipliqué mis súplicas porque aquella zorra pagara con creces lo que había ocasionado y le deseé lo mismo a la que me atendió, mientras comprendía que estaba trabajando allí porque debía proporcinarle un infinito placer al jefe de la ¿compañía? Como ya nada salía bien, el puto avión despegó al día siguiente a las cinco. Media hora más tarde. Yo ya me dije que no llegaría al norte hasta el día siguiente. Iba a estar con mi hijo once días y por culpa de los putos franceses se reduciría a nueve. El avión aceleró y al final recuperó la media hora que había perdido. Llego a México, y he olvidado decir que sólo una persona francesa, una chica a la que le deseo lo mejor y hablo sinceramente, me ayudó enviando mi maleta directamente al norte. Si hubiese tenido que recuperar mi equipaje en el Distrito Federal, hubiese perdido mi vuelo sin remedio. Cuando llego a Aduanas, un señor mexicano, al enterarse que debía pitar a la terminal dos, me coló delante de todos los que ya estaban allí y cuando pasé por el control de pasaportes... ¡Sorpresa! Segunda revisión. El hombre parecía afligido, incluso le dijo a la tipa que me miró el pasaporte que tenía un vuelo que coger y que iba tarde. Evidentemente, yo tengo mala suerte con las mujeres y lo único que hizo fue un gesto con los hombros de que le importaba una mierda. Pasé a un cuartillo y allí otro poli mexicano me revisó el pasaporte y me preguntó si sabía por qué estaba allí. Le dije que no. El me dijo que la Interpol estaba buscnado a alguien con mis apellidos. No me lo podía creer. Así que hay más Estrellado del Mundo por ahí sueltos. Vaya, vaya. Cuando el hombre me agradeció mi colaboración, salí corriendo hacia la terminal dos y finalmente, pude coger mi vuelo.
Los días con mi hijo fueron muy especiales y él sonreía sin cesar. No hay nada más bonito que la sonrisa de un niño y si es tuyo, pues ya ni se diga.
Llegó la vuelta. Una mujer atendió mi facturación de equipaje. ¿Problermas? ¡Claro que sí! El día que a mí me salga algo bien con una mujer, prometo entonar el Aleluya. Me dice que mi maleta está muy cargada porque pesa veinticinco kilos y debe pesar veintitrés. Me pongo como un subnormal a quitar cosas de la maleta y añadirlas al equipaje de mano. Cuando la maleta pesa veintitrés kilos, ni un gramo más, me la factura. El vuielo sale y llegó a la Ciudad de la Cruz. Dos policías moñas están revisando los pasaportes y cuando ven el mío, me dicen que tengo que acompañarlos. Una chica de Guatemala que venía también a mi ciudad es requerida por ellos. El policía moña no para de enseñar mi pasaporte a todo el que pasa y mi sangre empieza a hervir. Pienso en meterle una paliza al policía; total, me van a meter en la cárcel sin saber por qué, al menos que tengan un motivo. No hablan español, y yo lamento haber perdido mi excelente nivel de franchute. Ahora ya me alegro, porque lo único que quiero de los franceses es romperles la cara a puñetazos, sin palabras. El policía moña sigue enseñando mi pasaporte a todo el mundo y mi paciencia está llegando a su límite, de un momento a otro, voy a saltar sobre su cabeza y juro por mi hijo que recordará este día hasta que se muera, que, porque no decirlo, deseo que sea pronto. Al final, tengo que poner todo mi equipaje de mano sobre una mesa y empieza a revisarlo. Me preguntan en un penoso español si llevo dinero, que donde está mi maleta, que si llevo ropa y qué más llevo. También me pregunta que qué he ido a hacer a México. Le dijo: "claro que sí hijo de puta, llevo tanto dinero que me he tenido que venir atrás de un chino que un poco más y tumba en respaldo del sillón sobre mis piernas y luego dos focas españolas, sí, con tres asientos para cada una de ellas. Ellas durmiendo a pierna suelta y yo con el chino a la vista hasta el punto que podía haberle hecho un kata o como se llame" También digo que mi maleta está en mi destino y que la Guardia Civil se encargaría de revisármela si fuera necesario. Y que he ido a México a ver y a cuidar a mi hijo, pero que eso a él le importa una mierda. El policía moña sigue rebuscando en mi equipaje donde sólo van un triste reproductor de mp3 de once euros y cuatro libros, que había sacado de la maleta. El policía moña termina y como no tiene nada para detenerme, me deja ir. Me cago en la puta madre del Estrellado del Mundo ese que busca la interpol. A ver si lo encuentran pronto. Y que me avisen, porque si hay paliza, yo quiero participar. El policía pretende estrechar mi mano. Yo lo único que quiero es pegarle un puñetazo y volarle esa cara de moña. Cojo mis cosas y salgo dejándolo con la mano extendida en el aire.