viernes, 17 de julio de 2009

El círculo de los errores.

Nadie podía saber qué se le pasaba por la cabeza. Las personas que lo conocían, o, mejor dicho, que creían conocerlo, agitaban la cabeza desesperanzadamente cuando se enteraban o veían por ellos mismos, las andazas de este singular personaje. Cuando él decía que estaba enamorado, eran tiempos de depresión. Parecía encerrarse en sí mismo como un caracol en su concha y lo podías ver durante varias horas poniéndose como un pimiento morrón al sol de la playa, con los auriculares puestos, y escuchando, seguramente, boleros de Luis Miguel en el que se contaban miles de historias con las que él podía sentirse identificado y que, debido a su dilatada experiencia, debería saber que todo pertenece al mundo comercial, pues... ¿quién va a creerse que un tipo como Luis Miguel va a sufrir así por amor? Sus amigos lo miraban preguntándose cómo era posible caer de la euforia al hastío en tan poco tiempo. Algunos pensaban que incluso las sustancias estupefacientes podían estar presentes en la vida del chico a fin de aliviar sus penas amorosas. Pero la mayoría pensaba que su problema se eliminaría con el sencillo acto de decirle a la chica sus sentimientos y esperar que la respuesta fuese positiva. Si no lo fuese, siempre podría contentarse que hizo todo lo que estuvo en su mano, porque, por supuesto esto no dependía únicamnete de él...
La preocupación de sus amigos iba a mayores cuando quedaban para pasear durante las noches calurosas de la costa y no se presentaba a la hora acordada. Tras una espera de media hora iban a su casa a buscarlo, para encontrarse con la respuesta de su madre de que había salido hace tiempo. Los amigos se iban al paseo marítimo sabiendo que tarde temprano darían con él... si es que ella había salido. Una noche lo vieron allí, junto al grupo que la acompañaba haciéndose cargo de una docena de helados de quinientas y pico pesetas cada uno. Sus amigos se llevareon las manos a la cabeza, pues a ellos nos los invitaba a un triste refresco de cola ni por su cumpleaños y ahora se cargaba los ahorros de tres meses en una noche por quedar bien con ella. Todos se preguntaban si no hubiera quedado mejor invitándo a la chica a una cena en un restaurante a pie de playa que acoplándose sin ser invitado a un grupo y hacer esto gesto de poca conciencia que, desembocaría en un torrente de burlas que harían a la chica sentirse más incómoda si cabe.
Poco a poco fue cambiando sus hábitos hasta ser prácticamente irreconocible; cambió su colonia Carolina Herrera por la de Diávolo, pues esta chica era fan de Antonio Banderas, renegó de los buenos ratos que pasaba junto a su consola porque decía que matar marcianos o ir a rescatar a una princesa no era romántico y que a las chicas el rollo de los juegos de video no les iba. ¿Qué hubiera pensado este chico si hubiese visto a "romántico" Luis Miguel, el rey de las canciones de amor deprimentes, enganchado en un torneo de juegos de coches?, cambió sus hábitos alimentarios, dejando a un lado su querida cerveza porque a la chica no le gustaba el alcohol, y atiborrándose a helados ya que a ella sí que le gustaban, incluso llegó a hacerse fan de los Hombres G, grupo del que siempre había hablado mal... Todos estos cambios fueron acompañados por interminables esperas en sitios por donde ella tenía que pasar y tras hacer que pareciese una coincidencia el encuentro, la acompañaba hasta su casa cuya dirección era diametralmente opuesta a la de él.
La chica ya no sabía qué hacer. Si por lo menos se comportarse como un chico normal... Pero este modus operandi cercano a lo dudosamente sano, llegaba incluso a asustarla.
Un día ya no pudo más. Allí estaba de nuevo, solo, olvidándose que había quedado con sus amigos para ir al cine, fingiendo de forma tan mala que ni él mismo se la creía, que el encuentro había sido casual. Ella se armó de valor, respiró lentamente y se fue hacia él. Le habló claro. Le habló de cosas que él ni siquiera le había dicho. Le dijo que por favor no la molestase más, que ya ni siquiera podían ser amigos, debido a su comportamiento. Ella lo sentía mucho pero no podía corresponder ese amor enfermo que él demostraba en cada uno de sus actos.
Con la cabeza agachada, abandonó el lugar. Nadie supo de él durante una semana. Su madre decía que no estaba en casa cada vez que alguien preguntaba por él, pero la señora no parecía en absoluto preocupada. Los amigos se preguntaban si realmente habría salido o eso que él creía depresión lo tendría consumido en la soledad de su cuarto recuperando las horas de matar marcanos y rescatar princesas que había perdido por considerarla una actividad de gente no romántica y que, sin duda, le daría puntos extras por conseguir el corazón de la chica... En lo que sí estaban de acuerdo todos era en que volvería. Y también en que no habría aprendido nada de esta experiencia; la siguiente moza que apareciese en escena y lo cautivara, haría que volviese a sus auriculares, a Luis Miguel y a renegar de los juegos y hasta del fútbol, si es que la nueva princesa de su corazón era detractora de este deporte.
Como si de una profecía se tratase a los diez días volvió a dar señales de vida y a los catorce, tras la llegada de una prima de unos de sus amigos, sus tentáculos volvieron a deslizarse en el mundo de los sin remedios, cometiendo todos los errores que había cometido en su experiencia pasada y, sin embargo, tan cercana.