sábado, 27 de diciembre de 2008

Las leyes

En mi vida ha sucedido de todo, menos esto. De cualquier modo, el hecho de ser hombre, y en el hipotético y poco probable caso de que acabe teniendo pareja, me hace tener muchas papeletas para el sorteo de irse al otro barrio antes que mi compañera en potencia. También he pensado que mi presencia debe generar alguna energía oscura y llena de penurias la vida de quienes tienen el valor de compartir algunas palabras con un sin remedio como yo. No estoy en absoluto satisfecho del país que habito, ni con el presidente del gobierno ni con los demás líderes de los partidos de la oposición. A fin de cuentas, sentarse en Moncloa hace que los ideales se vayan a tomar por dónde usted ya sabe. Me gustaría que hicieran un partido con las siglas VPB (voy a ponerme las botas), ése sería el único que no engañaría a nadie y el que merecería un voto insignificante de alguien no menos insignificante. La ley que privó a una conocida de un derecho que la propia ley recoge, vaya usted a saber quien la aprobó pero demostró con creces la mente de este país, tan lleno de intelectuales y sobre todo, de abogados.
La inmensa mayoría estará de acuerdo conmigo en que el matrimonio hoy en día es un anacronismo, pues en el momento en que vives con alguien, estás metido en el saco, hayas firmado o no un papelito y pagado lo que haya que pagar. Y según la ley, si es que mi ridículo cerebro no la ha interpretado mal, la "viuda" tiene derecho a recibir una paga (ridícula) por parte del estado. Quizá el precio del café del presidente del gobierno le haga pensar que con la pensión de viuedad, mi conocida podría haberse comprado un Ferrari. El caso es que esta persona vivió veintitrés añoas con un hombre que pasó los últimos dos años de su vida en una cama sin poder valerse por si mismo. E ironías de la propia existencia, este hombre nunca llegó a firmar el divorcio con su anterior pareja a pesar que lucía unos preciosos adornos que lo obligaban a agacharse cuando pasaba un avión para evitar accideentes aéreos.
Dos años dedicados en cuerpo y alma a atender y cuidar al hombre que había compartido casi media vida con ella, cambiarle los pañales, estar pendiente de darle la medicación, la comida, el agua, incluso ya que estamos en estas fechas, comerse las uvas en la soledad de una habitación junto con "su hombre". Sin contar la falta de actividad sexual e incluso afectiva que padeció esta mujer. Todo por amor...
¿En serio hay alguien que supere mi estupidez para no darse cuenta que eso era un matrimonio como los que ya no hay? ¿Es en serio necesario firmar ante un sacerdote que mira a la novia con la libido por las nubes o ante un notario curtido en mil batallas que está pensando que eres gilipollas por hacer lo que estás haciendo? La ley desde luego, lo pensó así.
Al morir, esta persona intentó arreglar su pensión de viuedad, pues había renunciado al trabajo para cuidar de él y vivía de las rentas de dos pisos alquilados. Cuando presentó la documentación necesaria, recibe la noticia de que "la mujer" del fallecido ha obtenido la pensión. "¿Quién se cree usted que es para burlarse así del Estado?"-oyó decir al funcionario-. Con la cara roja ya no por vergüenza propia, sino ajena, mi conocida regresó a su casa a enterrar su dolor.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Abracadabra.

Resulta increíble lo que somos capaces de llegar a creer por la simple necesidad de creerlo. Y más áun, la certeza que se tiene de que va a funcionar. Mi vida, una carrera de desastre en desastre, me ha hecho vivir casi todas las situaciones posibles. Y Cupido, para saciar su apetito insaciable de bromas me puso en el camino a una chica comprometida con un hombre que, según sus palabras, la hacía sufrir. Esto me hace mucha gracia, de verdad que sí. En este tiempo donde cada no sé cuantos segundos se firma un papel de divorcio, que alguien demuestre ser tan sufrida para aguantar todos los males que caen sobre ella y que además es santa, me hace una gracia tan grande como la broma que es. Y de las situaciones extraoficiales mejor no hablemos. Todos nos deberíamos agachar al pasar un avión por si acaso nos lima los adornos.

La calle estaba desierta y un pasillo lúgubre y en penumbra daba a una puerta donde un pedazo de muérdago adornaba la parte central. Pasamos. Mi amigo me presentó a Fátima. La señora de mirada inteligente y silueta menuda me estrechó la mano. Me hizo pasar a una habitación perfumada con incienso y decorada con fotos de mil santos. Nos sentamos alrededor de una mesa redonda, uno en frente del otro. Me pide que le diga un número y lo cierto es que no recuerdo el que dije. Me dice que hay una niña por ahí con la que las cosas no está clara. Yo asiento sorprendido. Le digo que sí. Ella cogió su baraja del tarot y comenzó a barajar. Yo no me acuerdo si tuve que cortar o qué diablos tuve que hacer el caso es que la señora me dijo que la chica tenía pareja y que la quería mucho y, curiosamente, me dijo que el hombre no la trataba bien y que la familia de ese hombre buscaba hacerle daño. Mi instinto de protección se multiplicó por mil en aquel momento. Habíamos tenido nuestros nuestros escarceos, en la oscuridad de la culpabilidad por ser infiel ella y yo partícipe de esa infidelidad sabiéndolo. Pero ella nunca me hablaba de la familia de él, y lo poco que me contaba de él hacía que los celos me devoraran y me pusiera de mal humor. Para terminar "La profesora Trewlaney" me dijo algo que me inquietó mucho. La madre de él había hecho magia negra sobre ella. Volvió a tirar las cartas y volvieron a salir las mismas. Trewlaney me dijo que tenía que ayudarla, que había visto en las cartas cuánto la quería y que no podía dejarla así. Ella me dijo algunas cosas que tenía que hacer y yo... las hice. No le conté nada de esto, no sé si para que no supiera que había ido a ver a una vidente o porque podía desatarse el diluvio de las broncas y el único motivo que había para ello era una interpretación en unas cartas que le dieron por salir de esa manera. Si yo hubiera estado seguro de que con ello, ella hubiese dejado a su novio oficial, no lo habría dudado ni un instante, pero no estaba seguro. Por cómo hablaba de él, era obvio que lo quería, aunque luego se le llenara la boca hablando del poco caso que le hacía y todo eso. Supongo que como dicen una de mis mejores y admiradas amigas, aquí se da el síndrome de lo incontrolable, querer dominar algo y hacerlo ser como tú quieres que sea y no cómo realmente es.
Pasó el tiempo y no quise volver a ver a la "profesora Trewlaney" para saber si seguía con la dichosa magia negra o se le había ido después de haber hecho todo lo que hice. También mi relación y mis encuentros con ella se hacían menos frecuentes y pasionales. Apenas nos llamábamos cuando Amena se había hecho rica con nosotros, tanto que incluso cambió de nombre. Un buen día recibí una carta sin remitente. Pero su letra era inconfundible. La abrí sin la emoción que antaño sentía al hacer este mismo gesto. La carta decía:

¿Cómo has podido hacerme esto? ¡Yo que te quiero tanto y tú me lo pagas así! Tengo una amiga que me ha dicho que me has embrujado para retenerme a tu lado. Eres un mierda, te odio, te quiero, te odio y te odio más. Intentaré no quererte.

Todo el frío que había adquirido la relación se volvió un calor insoportable.

martes, 11 de noviembre de 2008

No me gustan los franceses

No me gustan los franceses... aunque me han gustado mucho las francesas. Pero ya no. No hay que negar que las hay muy guapas y muy educadas, pero ¿dónde no hay personas así? El mundo es muy grande y nosotros sabemos muy poco. Como también es un error generalizar, pero en la vida de Sigo Estrellado del Mundo hasta respirar es un error. Repito, nunca me han gustado los franceses y si algún francés lee esto, y lo entiende, pues que se joda. Sé que a ellos no les gustamos tampoco, nos tiraron camiones enteros de fresas. Les gustan nuestras playas, la paella... cosas así. Y para colmo de males, mi primer beso fue con una francesa, con ella aprendí todo lo que hoy sé y sólo duró una noche. El día siguiente me dijo que no se acordaba de nada... ¿de qué me sorprendo? Leí en "El Mundo de Sofía" que lo único que se necesita para convertirse en un buen filósofo es la capacidad de asombro. Yo creo que debo de ser el mejor que hay; después de todos los golpes que llevo y los que me quedan por recibir, sigo sorprendiéndome.
Daré un salto en mis desventuras para contarles la última. Les diré que después de lo que saben y lo que les queda por saber, soy padre. Tengo un niño de seis añitos que es lo mejor que he hecho en mi vida. Pero en la vida de Sigo nada puede salir bien y mi hijo está en México con su madre. Hace poco que he ido a verlo. Y a pesar de todo, ha merecido la pena. Tuve que buscar el vuelo más económico porque no está el horno para bollos. Y el más barato, que no por ello asequible, fue con Air France. Franceses, a ver qué tal. Llego al control del equipaje de mano y veo a cuatro subnormales franchutes dando gritos en francés para ordenar a trescientos hispanos que habíamos allí que nos ordenásemos bien. Cuando paso por el detector de metales, fui de los pocos a los que no le pitó el aparato de los cojones. Pero aún así, el franchute de turno, muy profesional él, me metió toda la mano que le dio le gana. Lo miré y con la mirada le dije ¿contento? Me dirigí a la puerta de embarque. Esperamos estoicamente tres horas antes de embarcar. Había un grupo de cincuenta costaricenses, y otros tantos de Gudalajara. Algunos incluso iban a Managua, varios franceses y otros tantos españolitos.
El avión despegó y todo transcurría con normalidad hasta que a un zorrón francés se le ocurrió ponerse enferma. Gracias a esta impresentable, el avión hubo de dar media vuelta y regresar a la capital de Francia. Yo me pregunté por qué la muy zorra, si estaba enferma, si había embarcado para pasar doce horas dentro del pájaro inerte. Las personas de Costa Rica, de Guadalajara y yo, que debíamos coger un vuelo de conexión para llegar a nuestros destinos, nos empezamos a desperar porque esta hora y media que acabábamos de perder, jugaba en nuestra contra para llegar a tiempo. El mazazo llegó cuando nos dijeron que la tripulación no podía reemprender el vuelo porque excederían el número de horas permitidas. Así que hasta el día siguiente no saldríamos. Tras cuatro horas esperando a que me ubicaran el vuelo, la franchute que me atendió y con la que hube de hablar en inglés, yo, con mi inglés llanito de Antequera, me dijo que saldría el día siguiente a las cuatro y media de la tarde, y que llegaría a México a las nueve y media. Le dije que no era posible, pues mi avión hacia el norte salía a las diez y viente y no me iba a dar tiempo. La puerca me dijo que era lo único que había. Me resigné y me fui al hotel cortesía de Merd France para pasar la noche rompiendo en lágrimas un minuto sí y el otro también. No hubo nadie del vuelo que no le deseara al putón francés que no saliese de aquella noche. Que si estaba tan enferma como para joder a trescientos pasajeros, que hubiese una razón, y yo, para qué negarlo, se lo deseé con más fuerza que nadie. Al otro día me enteré que a gente que fue atendida después de mí, le habían dado vuelos a las una de la tarde incluso a las diez de la mañana. Multipliqué mis súplicas porque aquella zorra pagara con creces lo que había ocasionado y le deseé lo mismo a la que me atendió, mientras comprendía que estaba trabajando allí porque debía proporcinarle un infinito placer al jefe de la ¿compañía? Como ya nada salía bien, el puto avión despegó al día siguiente a las cinco. Media hora más tarde. Yo ya me dije que no llegaría al norte hasta el día siguiente. Iba a estar con mi hijo once días y por culpa de los putos franceses se reduciría a nueve. El avión aceleró y al final recuperó la media hora que había perdido. Llego a México, y he olvidado decir que sólo una persona francesa, una chica a la que le deseo lo mejor y hablo sinceramente, me ayudó enviando mi maleta directamente al norte. Si hubiese tenido que recuperar mi equipaje en el Distrito Federal, hubiese perdido mi vuelo sin remedio. Cuando llego a Aduanas, un señor mexicano, al enterarse que debía pitar a la terminal dos, me coló delante de todos los que ya estaban allí y cuando pasé por el control de pasaportes... ¡Sorpresa! Segunda revisión. El hombre parecía afligido, incluso le dijo a la tipa que me miró el pasaporte que tenía un vuelo que coger y que iba tarde. Evidentemente, yo tengo mala suerte con las mujeres y lo único que hizo fue un gesto con los hombros de que le importaba una mierda. Pasé a un cuartillo y allí otro poli mexicano me revisó el pasaporte y me preguntó si sabía por qué estaba allí. Le dije que no. El me dijo que la Interpol estaba buscnado a alguien con mis apellidos. No me lo podía creer. Así que hay más Estrellado del Mundo por ahí sueltos. Vaya, vaya. Cuando el hombre me agradeció mi colaboración, salí corriendo hacia la terminal dos y finalmente, pude coger mi vuelo.
Los días con mi hijo fueron muy especiales y él sonreía sin cesar. No hay nada más bonito que la sonrisa de un niño y si es tuyo, pues ya ni se diga.
Llegó la vuelta. Una mujer atendió mi facturación de equipaje. ¿Problermas? ¡Claro que sí! El día que a mí me salga algo bien con una mujer, prometo entonar el Aleluya. Me dice que mi maleta está muy cargada porque pesa veinticinco kilos y debe pesar veintitrés. Me pongo como un subnormal a quitar cosas de la maleta y añadirlas al equipaje de mano. Cuando la maleta pesa veintitrés kilos, ni un gramo más, me la factura. El vuielo sale y llegó a la Ciudad de la Cruz. Dos policías moñas están revisando los pasaportes y cuando ven el mío, me dicen que tengo que acompañarlos. Una chica de Guatemala que venía también a mi ciudad es requerida por ellos. El policía moña no para de enseñar mi pasaporte a todo el que pasa y mi sangre empieza a hervir. Pienso en meterle una paliza al policía; total, me van a meter en la cárcel sin saber por qué, al menos que tengan un motivo. No hablan español, y yo lamento haber perdido mi excelente nivel de franchute. Ahora ya me alegro, porque lo único que quiero de los franceses es romperles la cara a puñetazos, sin palabras. El policía moña sigue enseñando mi pasaporte a todo el mundo y mi paciencia está llegando a su límite, de un momento a otro, voy a saltar sobre su cabeza y juro por mi hijo que recordará este día hasta que se muera, que, porque no decirlo, deseo que sea pronto. Al final, tengo que poner todo mi equipaje de mano sobre una mesa y empieza a revisarlo. Me preguntan en un penoso español si llevo dinero, que donde está mi maleta, que si llevo ropa y qué más llevo. También me pregunta que qué he ido a hacer a México. Le dijo: "claro que sí hijo de puta, llevo tanto dinero que me he tenido que venir atrás de un chino que un poco más y tumba en respaldo del sillón sobre mis piernas y luego dos focas españolas, sí, con tres asientos para cada una de ellas. Ellas durmiendo a pierna suelta y yo con el chino a la vista hasta el punto que podía haberle hecho un kata o como se llame" También digo que mi maleta está en mi destino y que la Guardia Civil se encargaría de revisármela si fuera necesario. Y que he ido a México a ver y a cuidar a mi hijo, pero que eso a él le importa una mierda. El policía moña sigue rebuscando en mi equipaje donde sólo van un triste reproductor de mp3 de once euros y cuatro libros, que había sacado de la maleta. El policía moña termina y como no tiene nada para detenerme, me deja ir. Me cago en la puta madre del Estrellado del Mundo ese que busca la interpol. A ver si lo encuentran pronto. Y que me avisen, porque si hay paliza, yo quiero participar. El policía pretende estrechar mi mano. Yo lo único que quiero es pegarle un puñetazo y volarle esa cara de moña. Cojo mis cosas y salgo dejándolo con la mano extendida en el aire.

jueves, 23 de octubre de 2008

Todo se acaba sabiendo

Esta claro que los que están solos, y son fuertes para aceptarlo, están exentos de problemas y malos entendidos. No digo que la compañía sea necesariamente problemas y embrollos, pero en la vida de Sigo Estrellado del Mundo, sin ninguna duda, es así. Y el problema es que parezco no ser fuerte para asumir y aceptar la soledad como algo cotidiano y usual. La mente débil que acepta la invitación...
La única desventura que me ha producido dolor físico ha sido la única donde el maquiavélico cabrón alado no ha depositado todo su arsenal en mi corazón.
Nunca he creído en el amor a primera vista, aunque haya sido víctima de él a menudo. Los años me han enseñado que lo que ocurre es que se está tan harto de la soledad que, una mirada seductora o cualquier indicio de compatibilidad personal se exaltan de tal manera, que, todo se confunde con amor y su frase característica: "Estoy enamorado". Pero he preguntado a muchos conocidos, porque de esos sí tengo, que conste, si se han enamorado estando con sus esposas, novias, o amigas con derecho. Para mi sorpresa, muchos han respondido "sí". Uf, esto me da mala espina. ¿Cómo puede ser eso? Ellos dicen que la rutina lo manda todo al carajo y el instinto se rebela. Algunos dicen utilizar la cabeza para no caer en las garras del instinto y otros que, por cierto, han caído en sus garras, dicen que si los expertos dicen que el amor es una sucesión de reacciones químicas que dura como máximo tres años, es que es verdad, y por eso prueban sabores nuevos del que tienen en casa, o en el coche, o dónde sea. Ahora, eso sí, todos afirman que no han sido amores a primera vista. Sino amores del paso del tiempo que, supuestamente, les mostraba cualidades que no poseía su pareja actual. No hay que ser muy listo para darse cuenta del porqué.

Uno de aquellos días calurosos del verano, donde el aire que sopla es un insulto al cuerpo que transpira a marchas aceleradas, cansado del trabajo basura por la mañana con el único objetivo de sacar algo de cara al invierno para poder centrarme en la carrera con total dedicación, fue cuando la conocí. Estábamos haciendo nuestro deporte favorito en la playa, es decir, estar tumbados en las toallas poniéndonos como salmonetes cuando aparecio. Era una chica normal y corriente, de figura esbelta, cabellos castaños y ojos café. De largos y lisos cabellos. Se acercó a saludar a Roberto. Tras un intercambio de palabras, hola qué haces aquí, pues echando un rato y tú, ah pues lo mismo", llegó el protocolario acto de presentarnos. Roberto le preguntó con quién había venido y ella respondió que con una amiga. Las invitó a unirse a nuestro grupo, mixto, por cierto, y ellas accedieron. Pasamos la tarde hablando de mil cosas, nuestra estancia en la playa se alargó puesto que era sábado y al día siguiente no había que trabajar. La hora de la salida después, podía demorarse indefinidamente. Los veranos en la costa ofrecen barra libre de horarios. Ella era una chica muy extrovertida, tenía una mirada limpia que te atrevesaba los ojos cuando hablaba contigo y que a veces, te hacía apartar la vista. De entre todos mis amigos, o mejor, conocidos, yo era el que tenía el nivel intelectual más alto y aun así, esta chica me superaba con creces. Había leído autores que yo no había oído en la vida, sabía de física cuántica y nuclear y una vez que saco el tema, decdí sincerarme y decirle que no tenía ni idea de lo que me estaba hablando. Y los palurdos que había a mi lado, mucho menos. Si quería comentar un texto, a ser posible literario, podíamos hacerlo pero hablar de números y fórmulas, mejor no. Una película, una canción, cualquer cosa normal, de lo contrario, acabaria hablando sola. Dijo que acababa de leer Tiempo de Silencio, de Martín Santos y me quedé con la boca abierta. Es el único libro que yo no he sido capaz de terminar. Tanto cartucho, la muy zorra, se creía que iba a engañar al cartucho, terminó conmigo y lo cerré. A día de hoy aún espera que lo abra. Ya veremos. Para demostrar que somos imbéciles, nos fuimos de la playa cuando mejor se estaba, cuando el calor no era pegajoso y cuando la brisa se había atrevido a soplar con más fuerza. Durante el último baño del día, acordamos qué haríamos en la noche. Ella y su amiga se apuntaron, alegando que habían pasado una tarde entretenida y que no tenían a nadie con quien salir en la noche. Dicho esto, acordamos vernos a las doce en el lgar de siempre.
Los cabrones de mis conocidos se habían bañado en vez de con agua, con colonia. A cien metros llegaba el olor de la diávolo mezclada con la hugo boss, o como se escriba. Las chicas de nuestro grupo parecían contentas por el añadido de esta noche. Es evidenten que los chicos estaban entusiasmados. El último en llegar fue Roberto, para no variar. Hablamos fugazmente y acordamos ir al sitio de siempre, a bailar las canciones de siempre y a beber del garrafón de siempre. Efectivamente. No falla, el cabrón de dj habría grabado un cd y lo ponía siempre, porque eran las mismas canciones en el mismo orden. Durante el camino la amiga de Roberto se acercó a mí. Conversamos bastante y yo empezaba a sentir que Robbin Cup me empezaba a apuntar con sus flechas. Me dije, "Ahora comprobaremos si has aprendido algo". Nada aprendí. Empezó a parecerme la chica más hermosa de todas y ahora, desde el frío recuerdo, puedo afirmar que era una chica bonita, pero no más que cualquiera de las chicas que siempre salían con nosotros. Era evidente que mentalmente era muy superior y aquella cualidad que me fascinaba se transladó al plano de belleza física. Estaba leyendo "El misterio del solitario" de Garrder. Me sorprendí mucho, pues es uno de mis títulos favoritos. Comentamos hasta donde ella estaba, que era cuando Hans Thomas y su padre están con la vidente en la feria de Venecia. Estábamos en un clímax "conversacional" cuando llegamos al maldito garito de todas las semanas. "mambo nº5, Salomé, Tan agustito, Livin' la vida loca, versiones dance del Talismán, Cuba Libre, Oye... Después empezaron a sonar las lentas, Abrázame, Por debajo de la mesa, Qué será de mí, Night in white Saten " . Nos pusimos a hacer el tonto como todas las semanas, bailando descordinados, pasándonoslo bien haciendo el ridículo. Llegó el tiempo de dejar la pista para los enamorados y de asaltar la barra. Cerveza, Ron con cola, con limón, Vodka... todo a gusto del consumidor. La chica me dijo que bailara con ella, porque le gustaba más esta música que las melodías rápidas y porque le apetecía. Acepté y no sé por qué, me pareció escuchar al enano cabrón alado reírse. Era fácil, sólo había que dar un paso al lado y otro paso al otro. Yo miraba al frente, en silencio, porque el tenerla tan cerca, el sentir su olor a jazmín, me empezaba a poner nervioso, y mi corazón estaba a punto de disprarse. Mis manos empezaron a temblar sujetando su cintura. Un poco más y estaría perdido. Nunca había conseguido confesar a la cara mis sentimientos y esta vez, no iba a ser menos. La miré a la cara, tenía los ojos cerrados, imaginando, supongo, un videoclip de la canción dónde ella y alguien más eran los protagonistas. La canción terminó y ella abrió los ojos. Su expresión cambió radicalmente, parecía asustada.
-Ostia, mi novio...
Me di la vuelta para observar como un gorila, primo hermano de un armario empotrado, de más de dos metros de alto, me miraba mientras sus ojos echaban chispas de mil colores.

domingo, 19 de octubre de 2008

El comportamiento del perdedor

Sigo, me digo a mí mismo, ¿espabilarás algún día? Tú puedes hacerlo. Puedes vencer al enano cabrón de Cupido. Mi cabeza, inmediatamente, emite otra pregunta: ¿de verdad?

Después de un tiempo de lágrimas y búsqueda de un analgésico para las flechas del miserable ser alado que me tiene en un punto de mira, he de decir, que no encontré dicho elixir. La fuerza de una negativa es más poderosa que la madera de árbol que abastece de flechas el carcaj de Cupido. O quizá sea que el miserable esperpento de las flechas tiene la dudosa moralidad de deajrte descansar entre el no y su siguiente período de caza.

El siguiente episodio de mi vida sin remedio y desventuras, fue extraño. Pareció como si no hubiese aprendido nada de mi anterior experiencia. Se lo achaqué a que el diminuto y despreciable ser alado volvía a la carga sólo contra mí, como si no hubiese más subnormales sueltos por el mundo con los que divertirse. sucedió sin ser avisado, como si fuera un ladrón sigiloso en medio de la noche de ninguna parte. Cuánto pude pasar con ella sólo por ser un buen estudiante. Luego dicen que los "empollones" somos unos desgraciados y que no disfrutamos nuestra vida. Saber de todo el mundo de letras, eso sí, porque de ciencias no tengo ni idea, hizo que esta niña se acercara a mí. De los comentarios de los cuadros de Rubens y Velázquez pasamos a unos paseos por acantilados profundos y cafés en lugares bohemios. Aprendí algo en esta ocasión. Una conversación puede llegar a ser igual de enriquecedora y confortante que un revolcón en el primer lugar que haya libre. Es cuestión de encontrar la persona y el lugar adecuados. Como los revolcones, sí. Verla era todo un lujo, su cabello moreno y su cascada de rizos serpenteando por su espalda hasta la mitad de ella, sus ojos azabache y su blanca piel. Era una persona idónea para enaorarse de ella y el macabro "Robin Cup" me echó un cable. De un día para otro, la necesidad de oír su voz, de intercambiar una palabra se hizo urgente y apremiante. Los contactos carnales los soñaba, sólo me atrevía a eso. Dos besos castos en las mejillas cuando nos veíamos y poco más. Pasaba el tiempo y yo perdía la cordura, para no variar, cadía un poco más. Escribí cartas para desahogarme que me ahogaban aún más. Intentaba hablar con ella sobre lo que estaba sintiendo y me rendía antes de empezar. Cuando quería decir un "te quiero" mis labios pronunciaban "La Monalisa paarece que te mira siempre. La mires desde el ángulo que la mires, ella te mira a los ojos" Creía escuchar las carcajadas del enano sin sentimientos y al despedirnos, llegaban los lamentos. Seguí con mis proyectos de poemas y cada día la desesperación aumentaba de intesidad. Hasta salían los versos, impresionante.

Hasta que llegó el día en que la desesperación se convierte en el alcohol que necesitas para vencer la timidez. Pensé en algo original. Había conseguido escribir algunos poemas decentes y, dado que a ella le gustaba el arte en verso, decidí que sería bonito decírselo con poemas. Bueno, vale, diré la verdad. Tenía tanto miedo de abrir el pico que no tuve más remedio que repetir la experiencia anterior. Dárselo escrito, sin decir ni mu, y amarrarme con una camisa de fuerza para no huir nada más su delicada piel tocara la hoja de papel. Nos no habíamos visto en diez días y quedamos. Haciendo un esfuerzo sobrenatural y sintiendo los perversos ojos del enano cruel en mí, saqué el papelito y se lo di. Ella lo leyó y cuando terminó se guardó la hoja en su bolso. Su mirada, en mí fija, brillaba como la estrella más hermosa. Pensé que por fin mi suerte iba a cambiar, que todos los sufrimientos habrían merecido la pena por el premio que me esperaba. Ella sonrió. Estaba hermosísima:
-Hace tres días que tengo novio --dijo--.
Escuché cómo los planetas dejaban de girar para que sus habitantes se descojonaran a mi salud. Y ya no digamos el enano cabrón. A veces pienso que todavía le dura.
-¿Por qué no me lo has dicho antes? Estaba enamorada de ti, pero este chico vino, fue encantador y me siento bien con él. Lo siento.

El mundo es de los que tienen cara o de los que están muy buenos. Si eres más feo que pegarle a un padre y encima no tienes cara, te presento a Sigo Estrellado del Mundo. A pesar de que yo sabía que estaba mintiendo, que no estaba enamorada de mí, en primer lugar porque eso es imposible y en segundo porque si eso fuera así, me habría esperado hasta que me hubiese atrevido a decirle algo. Cuando se está enamorado, no quieres otra compañía que la de la persona amada. Es así de obvio. A pesar de todo, me despedí de ella dándole la razón, demostrando una vez más que no tengo ningún tipo de remedio.
-Tienes razón. Lo siento mucho. Que seas muy feliz.

Valiente manera más falsa e hipócrita de quedar bien. Si hubiese podido leer mi mente habría sabido que le deseaba una pronta cornamenta y que se viniese a refugiar en mis brazos.

Las desventuras de un sin remedio.

Saludos cordiales al que esté perdiendo su valioso tiempo en leer mi historia. No digo que no merezca ser leída, pero dejo claro que lo único que encontrarán en ella es una oportunidad de reírse de la necedead ajena. Las risas y burlas siempre serán merecidas, por supuesto.

Me llamaron Sigo y mis apellidos son Estrellado del Mundo. Piense lo que usted quiera, pero digo la verdad. No sé si odiar a mi padre, por haberme traído al mundo o vivir lo que me quede con una estoicidad rayana a lo heróico. Cuando era pequeño, mi profesor de sociales dijo que hubo un hombre que se cortó una oreja porque la mujer a la que amaba le había dicho que tenía una oreja muy bonita. El profesor añadió que menos mal que no le dijo: 'que cabeza más bonita tienes'. Nos reímos todos los alumnos. El tiempo parece haber querido vengarse de aquellas risas a un genio.
Cupido parece ser que es el más rabioso de todos los dioses conmigo. No le caigo bien a ninguno, está claro pero éste enano alado con su mierda de arco me tiene en el punto de mira. Parece que descarga su carcaj de flechas sobre mí y no deja ninguna para los demás. Supongo que por eso hay tantos divorcios. La gente se lía una con otra por rechazo a la soledad sin que la flechita de capullo éste le haya atravesado. Así van las cosas. Recuerdo la primera vez que este miserable ser derramó todas sus armas en mi corazón. Juraría que las flechas tuvieron descendencia dentro de mí porque hasta entonces nunca había sentido nada semejante. No había ni un solo segundo del día o de la noche, de mi vigilia o de mi sueño que no estuviera pensando en una compañera de instituto que se sentaba dos filas más adelante de mí. En aquella época logré la mayor proeza que he logrado jamás y dejé como mentirosas a las mujeres que afirman que los hombres no podemos hacer dos cosas al mismo tiempo. Mi amada acudía a mí para que le explicara alguna cosa que ella no hubiera entendido. Y yo en casa, pensaba en ella y me aprendía hasta las comas de los textos por si al día siguiente necesitaba de mi ayuda. Aquel año batí mi propia marca de buenas notas, pero no por mi interés en la materia, era por enamoramiento. Lo que sentía iba creciendo cada día que pasaba. No podía entenderlo, pues pensaba que ya no se podía querer más a alguien, pero el enano cabrón dejaba caer todo su arsenal en mí cada mañana nueva. Al llevarme yo todas las flechas, ella no podía enamorarse de mí, claro está. Además de obviedades que yo veía al mirarme en el espejo. Nunca me he creído que lo del físico no es importante. Si no te entra por los ojos, es muy complicado que te entre por el alma. Aunque reconozco que hay veces que detrás de un físico espectacular se esconde una arrogancia que echan para atrás al rey de los románticos. Y tras un físico nada espectacular, también. Pero no es mi intención hablar sobre la importancia del físico, porque cada uno piensa una cosa y luego actúa como le da la gana. Este es el primer capítulo de las desventuras de un estrellado, Y eso es lo que hay que contar.
Intenté hablar con ella muchas veces, y al final terminábamos hablando sobre lo engreído que era Hegel que consideraba que él había conseguido alcanzar el Espíritu Universal del conocimiento y que tras él, éste no evolucionaría más. O de lo adelantado que estuvo Aristóteles para su tiempo. Pero, de sentimientos, nada. Venus me daba la espalda mientras Cupido seguía tensando su asqueroso arco. Los fines de semana eran un tormento. Iba a sitios donde nunca hubiera puesto un pie sólo por verla dos segundos. Y luego volvía a casa, derrotado. Y ya no voy a hablar cómo de pesado se me caía el mundo encima en los parones largos como Navidad, Semana Santa y Verano. Antes de Semana Santa me decidí que tenía que decírselo, era tal mi estado de desesperación que pensé que sería hasta capaz de contarle que daría mi vida por ella y de suplicarle, humillándome si fuese necesario, que aceptara salir conmigo, que me quisiera aunque fuera de mentira. La enfrenté, disimuladamente y cuando iba a intentar empezar a hablar con ella , imaginándome a mí mismo tartamudeando, apareció el tío al que he odiado más en mi vida para preguntarme si quería ser su compañero para un torneo de volley playa que se iba a celebrar durante esa semana. Le dije que sí pero el desgraciado no se fue. Siguió allí, hablando de gilipolleces hasta que mi amada se fue despidiéndose de unas amigas. Allí me quedé yo, con todas mis notas sobresalientes y sintiéndome el ser más desgraciado del planeta contra el que me estrellé al nacer. Un compañero al que siempre consideré retrasado mental gritaba que lo había aprobado todo y que ahora sus padres le comprarían lo él quisiera. Le iba a decir que les pidiera una soga bien gruesa para ahorcarme en un museo de bonsáis que hay cerca de aquí, pero no tenía ánimos ni para cortarlo en sus tonterías.Y por supuesto, ni que decir tiene que el otro se quedó esperando mi llegada al torneo de volley playa. Quedamos los últimos pero sin participar, como debe ser.
Hasta que llegó la semana anterior a que el curso terminara. Escribí proyectos de poemas, porque aquello no podía cnsiderarse poesía, y unas líneas en prosa. Me lo guardé en el bolsillo por si el valor me fallaba. Cosa que consideré probable, porque el enano de mierda con sus mierdas de flechas, habría conspirado con el dios de las vergüenzas para que me quitara la voz. Le dije que tenía que hablar con ella y la voz me salía, pero tartamudeando y sin encontrar en mi cabeza revuelta lo que quería decir en realidad. Maldije el día de mi nacimiento y de todos los nacimientos. Estaba quedando como un lelo y no pensaba que esa chica pudiera querer a un lelo. Decidí jugar la última carta del perdedor que siempre he sido. Le di el papel. Ella lo leyó en silencio y yo en cuestión de dos minutos estuve a punto de salir corriendo cinco veces. Ella me devolvió el papel y de lo nervioso que estaba, lo tiré a la papelera que había al lado. Ella miró aquello extrañada y me habló con su voz de sirena.
-Tengo que pensármelo --dijo--.
Yo cometí otro de mis errores infinitos.
-Esto no se piensa, se siente --dije--.
-Si eso es así, entonces no puedo. Adiós.

¿Habéis visto a algún idiota que habiendo sacado nueve sobresalientes en nueve asignaturas, se ponga a llorar?