martes, 27 de octubre de 2009

Sé tú mismo

Todavía tuvo la ocasión de cometer el mismo error otras cinco o seis veces. El mismo ritual de lástima y autocompasión del autodesgraciado. Todos los de alrededor podían entender que el amor hace que las fuerzas languidezcan, que los propósitos se borren y que las promesas se olviden. Lo que nadie alcanzaba a entender era esa facilidad para enamorarse perdidamente, como él afirmaba, tanto de palabra como de actuación, con semejante frecuencia. Apenas habían pasado unos días desde que la chica se negara a volver a ir a un lugar donde él estuviese o le dijera en su cara que la dejara en paz y se olvidase de ella para posteriormente desaparecer, cuando sus tentáculos discurrían por el viento costeño acechando a lo que, sin lugar a dudas, puede llamarse víctima. Aquello, según la totalidad del grupo de amigos, sólo podía llamarse desesperación, hastío y cansancio de la soledad. Uno de ellos había propuesto inflar dos globos y amarrarlo a un palo con una fregona que hiciera de cabellera. Luego sólo quedaría acompañar el invento con una cinta donde una voz femenina simulara una conversación y el problema de las depresiones instantáneas quedaría solucionado.
La estampa era la misma. Sus amigos se entretenían jugando al fútbol en la playa y él se colocaba sus auriculares “luismigueleros” y se sumía en un estado de quietud cercano a lo finado. Y ocurrió una tarde que, tras un disparo con bastante fuerza por parte de un delantero, el balón salió desviado con tan mala fortuna que fue a impactar en el cuerpo de una chica que pasaba casualmente por allí. Para terminar de rematar el episodio, el portero, tras una estirada acrobática desesperada por intentar atrapar el balón, fue a chocar contra el cuerpo de la chica terminando de derribarla. Un nudo se hizo en las gargantas tanto del delantero como del portero, que acudieron con una presteza que ni el atleta más capaz hubiera demostrado. La sorpresa se dibujó en sus rostros cuando vieron que la derribada, en vez de mostrar cólera o enfado, mostraba una sonrisa irónica.
–Tenía que pasar por aquí justo en este momento, ¿verdad? Si hubiese pasado medio minuto antes no hubiese ocurrido nada.
Los chicos, sin ni siquiera escuchar las palabras que decía la chica de ojos negros y sonrisa de nieve, con los corazones inundados por el temor y la congoja, le preguntaron si estaba bien y la ayudaron a levantarse. Entre el portero y el delantero la llevaron hasta el lugar donde descansaban sus toallas y pertenencias, ofreciéndole cuanta bebida y comida había en sus mochilas. El bulto que estaba tendido en la toalla, que cualquiera hubiese apostado su vida a que estaba dormido, pareció regresar de un viaje metafísico por los planos de existencia donde la mente teje con hilos de realidad los deseos más profundos. Y en cuanto sus ojos se posaron en la silueta del cuerpo rodeado, comenzó el macabro ritual del desesperado, de completo sin remedio. Se acercó hasta el grupo pero ni una sola palabra salió de sus labios sellados. Sin embargo sus ojos hicieron un análisis exhaustivo de las formas de la silueta de la recién llegada. Poco a poco, los otros chicos se fueron sentando alrededor de la muchacha sin dejarle de preguntar si se encontraba mejor, a lo que siempre respondía de forma afirmativa.
Y así, la tarde llegó a su ocaso. El sol había comenzado a engañar a la vista simulando movimiento y el color púrpura del atardecer había comenzado a pintarse en el despejado cielo. Los chicos, quizá como cortesía, invitaron a la chica a cenar esa noche, aludiendo a una cita que estaba programada hacía tiempo ya y que en realidad, acababa de improvisar. Ella aceptó encantada, agradeciendo tanta amabilidad hacia su persona.
Milagros que de vez en cuando suceden, aquella noche se presentó en aquella vieja pizzería el primero. Siempre era el último, el último con gran diferencia y, cual Son Goku transformándose en un guerrero superior, éste chico se transformaba de manera radical en cuestión de unos minutos. Se diría que se había bañado en una bañera llena de Nenuco, porque hasta los amigos percibieron la fragancia incluso antes de salir de casa. Llegaron dos amigos más y se miraron sonrientes, como si el hecho de verlo allí ya hubiese sido previsto de antemano. Poco a poco, fueron llegando los demás… y al final, ella. Iba vestida con un vestido escotado de color turquesa y como complemento lucía un par de zarcillos de oro. Todos estuvieron de acuerdo en que estaba muy hermosa, todos menos uno, aquel al que la imagen le hizo recordar las ilustraciones de las diosas del Olimpo. Venía acompañada de dos amigas más y después de las pertinentes presentaciones y saludos, se sentaron a la mesa y pidieron el menú. Ella pidió un botellín de agua y él… también, a pesar de que nunca pedía esa bebida para acompañar a la pizza. Ella pidió una pizza marinera y él… también, a pesar de que no le gustaban las anchoas. La conversación tornó sobre música rock, fútbol y videojuegos. De vez en cuando, alguno reseñaba algunos matices literarios. Y todo discurría de una manera amena y agradable. Hasta que sus ojos se encontraron. Los ojos de él, perdidos en ningún sitio, mostrando ese aire de estar por encima que, a fuerza de práctica, había conseguido desarrollar consiguieron captar el momento en que los ojos de ella, mostrando una mirada llena de dulzura, se entrelazó con la de él. El tiempo se detuvo en su corazón. Este chico era el mejor ejemplo para esos idiotas que afirman que una persona sólo se enamora una vez en la vida, que el resto de veces nunca es igual y que no es amor cierto. Es misma sensación que había experimentado mil veces volvió a él. También podía contradecir a esos que dicen que para enamorarse se necesita un conocimiento previo de la persona. Él hubiese dado la vida allí mismo por aquella mujer recién llegada. Intentando demostrar que él era el mejor chico, el más romántico, el más culto…el que más se merecía el amor de la muchacha.
–Paco, ¿me puedes devolver las Rimas de Bécquer?
–¿Cuál? ¿Ése que me prestaste y que estaba precintado porque no lo habías abierto?
El comentario de Paco le sentó como si le hubiesen disparado un bazooka en el pecho, su cerebro escaso de ideas y poco propenso a aceptar que lo dejasen en ridículo reaccionó con un comentario mediocre de excusa barata.
–Sí, lo acababa de comprar y a ti se te antojó leerlo. Y como estaba leyendo una antología de Lord Byron, pues por eso te lo presté sin haberlo abierto.
Paco, que sabía perfectamente que aquellos comentarios estaban destinados a impresionar a la chica, que aquel tipo no leería nunca a Bécquer simplemente porque no le gustaba, optó por asentir y lo convidó a ir a su casa aquella misma noche y recoger el libro o mañana lo traería él. ¿Lord Byron? Paco movió su cabeza resignado.

Siguieron yendo a la playa juntos. Él volvió a renegar de su Playstation, y pasaba los días escuchando a Luis Miguel, a Tamara y a cuanto intérprete pudiera ofrecerle letras que describiese sus estados de ánimo. También pasó de ver películas al estilo Rambo a películas del estilo Los puentes de Madison. Ella leía novelas de Paulo Coello y de Brian Weiss y algún que otro fascículo sobre recetas de cocina, alegando que era una de sus pasiones. Todos los muchachos bromeaban con ella, comentándole que su novio sería el hombre más afortunado del mundo con una mujer tan ejemplar como ella.
Una noche, en la puerta del cine, discutían sobre la película que entrarían a ver. La mayoría de ellos optó por el Mundo nunca es suficiente. Aquí se le presentó un gran dilema, ya que él como buen aficionado al cine de acción y a las fantasmadas de James Bond, ardía de deseos de unirse a sus amigos para ver la película. Pero si lo hacía… Ya no sería ese tipo romántico, ese tipo con el que todas las mujeres sueñan, porque los chicos a los que le gustan las películas de acción, el fútbol, los videojuegos… No, esos chicos no son románticos y pierden puntos antes las mujeres. Al final optó por entrar a ver Las normas de la casa de la sidra… con ella. A mitad de la película, él se había quedado dormido y ella maldecía tanto teatro. La historia era bonita, sí, pero no encajaba con sus preferencias. Se preguntó porque tanta actuación en papeles baratos por sólo llamar la atención. Sin pensárselo dos veces, le arreó dos trancazos y lo despertó. Su mirada denostaba terror. ¡Se había quedado dormido! ¿Qué pensaría ella? Él tenía que llorar con la película, eso le gusta a las mujeres, las ñoñerías de los hombres tiernos, porque un hombre no puede ser tierno si no llora con las películas…
–Ya me he cansado de esta mierda, me voy. Y creo que tú deberías hacer lo mismo porque estás roncando.
Aquello fue peor que una puñalada con un cuchillo jamonero en pleno corazón. Las lágrimas pedían permiso a gritos para pasar al exterior a través de sus lacrimales. Aún así, abandonó la sala detrás de ella.
A fuera, ella entró en un Mc Donalds y pidió un menú gigante con hamburguesa de pollo. Ella lo miró y lo invitó a pedir. Él para no variar, pidió lo mismo. Esta vez, al menos, sí era cierto que ése era su menú favorito. Después de llevar la bandeja hasta la mesa y tomar asiento, habló.
–Creo que te debo una explicación y una confesión si se puede llamar así. Verás, yo no soy como finjo ser. He estado actuando todo este tiempo por parecer ese arquetipo de mujer “políticamente correcta”. Tenía miedo de ser como yo soy por miedo al rechazo. Joder, ahora que lo digo en voz alta, parezco la persona más gilipollas del planeta. La película de esta noche, una historia preciosa sí, pero yo prefiero la acción, las fantasmadas de Bond, James Bond, me estaba quedando dormida y veo que tú lo has hecho, sin más. Odio la cocina, no me gusta para nada. No sé ni freír un huevo, pero pareciendo interesada en ella, parecía yo misma más interesante bajo mi máscara de actriz. Ah, y prefiero guiar a Cloud a vengar la muerte de Aeris que esas mierdas de series como Al salir de clase. Creo que lo mejor es que, si voy a ser vuestra amiga, sepáis cómo soy en realidad y no lo que pretendo ser.
Una sonrisa de remedio que llega se pintó en el rostro de él. Y él también se sinceró. Contó que a pesar de qué si le gustaba Luis Miguel, tampoco era su única afición. También le gustaba el cine de acción, matar marcianos, rescatar princesas y ganar carreras de coches.
Muchos años después, compartiendo sus vidas y disfrutando de sus aficiones juntos, eran la pareja más compenetrada de cuantas formaban sus conocidos.
Fingir toda la vida es, sencillamente, imposible. El mundo es muy grande y debe caber todo. No se puede gustar a todo el mundo; lo mejor: sé tú mismo