miércoles, 3 de junio de 2009

Los ojos de sus sueños

Ya no era igual. Nada era igual. Ni siquiera el silbato que anunciaba las llegadas y las salidas. A pesar del grado de comodidad y servicio que habían adquirido aquellos vagones con el paso de los años, él prefería los tiempos antaños. Dos niños corrían por el pasillo entre los asientos, lo miraron y siguieron hacia adelante, quizá atemorizados por su cara de amargado. Recordaba aquella misma estación hacía veinticinco años, aquellos tiempos en los que sabía que subir al vagón del tren era perder muchas horas hasta que llegara a su destino. Ahora apenas podía leer cien páginas de cualquier libro. Aquello no podía tener sentido, ¿cómo no congratularse por los avances de la tecnología? ¿Cómo sentirse incómodo cuando a sus pies se extendía lo último pensado para la comodidad del pasajero? Sonrió con amargura, porque sabía la respuesta. Y a pesar del tiempo que había pasado, aún se preguntaba porque el destino le había derrotado en aquella partida de póker imaginario. Era un as en las nuevas tecnologías, o eso pensaban sus allegados. Llevaba el último modelo de iPod, de 32 gb, donde podía llevar tantas canciones que resultaría imposible escucharlas todas antes de que la maldita batería del cacharro dijera que hasta aquí hemos llegado. Esto tampoco dejaba de resultarle patético. ¿Para qué hacen coches que alcanzan velocidades superiores a ciento veinte si no puedes ir más rápido, al menos en España? ¿Por qué le metían tanta capacidad de almacenamiento a los malditos aparatos si no eran capaces de mantenerse en funcionamiento el tiempo suficiente para poder reproducirlos todos? No sabía si iba solo en su asiento porque había sido una coincidencia o por si, dado su huraño aspecto, su potencial compañero hubiera preferido sentarse en otro lado. Cerró sus ojos y encendió el iPod. Sonaba la canción de Gloria Trevi "Psicofonía". Pensaba que era una de las pocas canciones que hoy en día contaban una hermosa historia. Le gustaba la música pop actual, pero la encontraba carente de significado, muy potente, sí, pero falta de alma. Entre las canciones que llevaba para el viaje se encontraba "La nave del olvido". La canción que sonó en un aparato de radio, hacía veinticinco años, y lo acompañó durante cinco minutos de aquel viaje que duró nueve horas. Pero qué cinco minutos. Terminada la canción de Gloria Trevi, empezó "Devuélveme la vida" de Bustamante. Se preguntó por qué carajo pensó que esta canción podía subirle el ánimo, quizá por lo rápido de su melodía... "Devuélveme los euros que la he cagao" Pulsó el botón de avanzar y suspiro aliviado al saber que cuando llegara de nuevo el turno de esa canción la batería se habría ido a tomar viento fresco. No tenía ganas de leer. Se perdió mirando la moderna estación, ladrillo y más ladrillo, gente y más gente deambulando por los andenes, hasta que el tren se puso en marcha. Cerró los ojos y revivió en su mente uno de los momentos más inolvidables de su vida.
Casi no se había dado cuenta de la persona que iba a su lado hasta que maldijo por lo bajo por no encontrar una emisora de radio. Ella le dijo un dial y él se quedó mirándola, sin entender nada. Ella señaló a la radio y él, con un gesto tímido, inclinó la cabeza. La miró antes de girar la rueda para buscar la emisora de radio, ella le sonrió. Tenía una sonrisa preciosa, luminosa, blanca como la nieve. Los ojos negros como la noche y la piel bronceada. Su cabello negro como el ébano le caía por los hombros. Llevaba un vestido largo, de color azul oscuro y unos zapatos del mismo color. Esforzándose en fijar la vista en la aguja del marcador de emisoras de la radio, consiguió encontrar una emisora de música, en las que había más publicidad que sonido, pero se contentó con la calidad que el escaso sonido ofrecía. Le bajó el volumen a la radio, se la pegó al oído y se recostó sobre el costado del vagón, sumiéndose en el sonido y el vaivén del vagón sobre los raíles. Ella le pidió que, si por favor, podía subir el volumen del aparato. Sonó "La nave del olvido" y según las palabras de ella, era la canción más bonita que se había escrito. Él le respondió que Dino Ramos habría de haber estado muy inspirado en hacer una canción como aquella y que a él también le gustaba mucho. Pasaron el resto del viaje hablando de música, de libros, de miles de tonterías que hablan la gente que no tiene nada mejor qué hacer, pero lo que él (y ella) tenía claro es que José José había roto el hielo. Aquel viaje fue el más corto de su vida.
Durante mucho tiempo lamentó su cobardía, pensó que los malditos teléfonos móviles habían sido inventados muy tarde o que quizá a algún capullo no le dio la gana de comercializarlo antes, lo mismo daba. Podía haberle pedido la dirección, saber dónde vivía y proponerle un nuevo encuentro. Aquella hermosísima mujer había demostrado tener un nivel superior a todo lo conocido por él, que no era mucho, correcto, pero esta mujer era cierta, y, superior a todo lo que él conocía. Podía haber hecho muchas cosas, incluso meter la pata hasta el fondo... Y no hizo nada. Lamentarse en el futuro, pasar varios años preguntándose cada mañana dónde estaría, con quién estaría, qué escucharía y hasta qué desayunaría.

El tren aminoró su marcha. Señal inequívoca de que su destino estaba cerca. Abrió los ojos y se dio cuenta que había una señora sentada en frente de él. El tren terminó de aminorar su marcha y se detuvo. Miró a la señora a los ojos y éstos le estaban emitiendo un saludo. Los fantasmas del pasado parecían volver a aparecer en el presente. Se había pasado el viaje entero recordando a aquellos ojos, porque eran esos ojos, estaba seguro. Conocía aquellos ojos negros y hermosos como la noche. Toda la vida esperando la oportunidad de su vida para coger su chaqueta levantarse y salir del vagón. Moriría sabiendo que había vuelto a ver a los ojos de sus sueños