domingo, 19 de octubre de 2008

Las desventuras de un sin remedio.

Saludos cordiales al que esté perdiendo su valioso tiempo en leer mi historia. No digo que no merezca ser leída, pero dejo claro que lo único que encontrarán en ella es una oportunidad de reírse de la necedead ajena. Las risas y burlas siempre serán merecidas, por supuesto.

Me llamaron Sigo y mis apellidos son Estrellado del Mundo. Piense lo que usted quiera, pero digo la verdad. No sé si odiar a mi padre, por haberme traído al mundo o vivir lo que me quede con una estoicidad rayana a lo heróico. Cuando era pequeño, mi profesor de sociales dijo que hubo un hombre que se cortó una oreja porque la mujer a la que amaba le había dicho que tenía una oreja muy bonita. El profesor añadió que menos mal que no le dijo: 'que cabeza más bonita tienes'. Nos reímos todos los alumnos. El tiempo parece haber querido vengarse de aquellas risas a un genio.
Cupido parece ser que es el más rabioso de todos los dioses conmigo. No le caigo bien a ninguno, está claro pero éste enano alado con su mierda de arco me tiene en el punto de mira. Parece que descarga su carcaj de flechas sobre mí y no deja ninguna para los demás. Supongo que por eso hay tantos divorcios. La gente se lía una con otra por rechazo a la soledad sin que la flechita de capullo éste le haya atravesado. Así van las cosas. Recuerdo la primera vez que este miserable ser derramó todas sus armas en mi corazón. Juraría que las flechas tuvieron descendencia dentro de mí porque hasta entonces nunca había sentido nada semejante. No había ni un solo segundo del día o de la noche, de mi vigilia o de mi sueño que no estuviera pensando en una compañera de instituto que se sentaba dos filas más adelante de mí. En aquella época logré la mayor proeza que he logrado jamás y dejé como mentirosas a las mujeres que afirman que los hombres no podemos hacer dos cosas al mismo tiempo. Mi amada acudía a mí para que le explicara alguna cosa que ella no hubiera entendido. Y yo en casa, pensaba en ella y me aprendía hasta las comas de los textos por si al día siguiente necesitaba de mi ayuda. Aquel año batí mi propia marca de buenas notas, pero no por mi interés en la materia, era por enamoramiento. Lo que sentía iba creciendo cada día que pasaba. No podía entenderlo, pues pensaba que ya no se podía querer más a alguien, pero el enano cabrón dejaba caer todo su arsenal en mí cada mañana nueva. Al llevarme yo todas las flechas, ella no podía enamorarse de mí, claro está. Además de obviedades que yo veía al mirarme en el espejo. Nunca me he creído que lo del físico no es importante. Si no te entra por los ojos, es muy complicado que te entre por el alma. Aunque reconozco que hay veces que detrás de un físico espectacular se esconde una arrogancia que echan para atrás al rey de los románticos. Y tras un físico nada espectacular, también. Pero no es mi intención hablar sobre la importancia del físico, porque cada uno piensa una cosa y luego actúa como le da la gana. Este es el primer capítulo de las desventuras de un estrellado, Y eso es lo que hay que contar.
Intenté hablar con ella muchas veces, y al final terminábamos hablando sobre lo engreído que era Hegel que consideraba que él había conseguido alcanzar el Espíritu Universal del conocimiento y que tras él, éste no evolucionaría más. O de lo adelantado que estuvo Aristóteles para su tiempo. Pero, de sentimientos, nada. Venus me daba la espalda mientras Cupido seguía tensando su asqueroso arco. Los fines de semana eran un tormento. Iba a sitios donde nunca hubiera puesto un pie sólo por verla dos segundos. Y luego volvía a casa, derrotado. Y ya no voy a hablar cómo de pesado se me caía el mundo encima en los parones largos como Navidad, Semana Santa y Verano. Antes de Semana Santa me decidí que tenía que decírselo, era tal mi estado de desesperación que pensé que sería hasta capaz de contarle que daría mi vida por ella y de suplicarle, humillándome si fuese necesario, que aceptara salir conmigo, que me quisiera aunque fuera de mentira. La enfrenté, disimuladamente y cuando iba a intentar empezar a hablar con ella , imaginándome a mí mismo tartamudeando, apareció el tío al que he odiado más en mi vida para preguntarme si quería ser su compañero para un torneo de volley playa que se iba a celebrar durante esa semana. Le dije que sí pero el desgraciado no se fue. Siguió allí, hablando de gilipolleces hasta que mi amada se fue despidiéndose de unas amigas. Allí me quedé yo, con todas mis notas sobresalientes y sintiéndome el ser más desgraciado del planeta contra el que me estrellé al nacer. Un compañero al que siempre consideré retrasado mental gritaba que lo había aprobado todo y que ahora sus padres le comprarían lo él quisiera. Le iba a decir que les pidiera una soga bien gruesa para ahorcarme en un museo de bonsáis que hay cerca de aquí, pero no tenía ánimos ni para cortarlo en sus tonterías.Y por supuesto, ni que decir tiene que el otro se quedó esperando mi llegada al torneo de volley playa. Quedamos los últimos pero sin participar, como debe ser.
Hasta que llegó la semana anterior a que el curso terminara. Escribí proyectos de poemas, porque aquello no podía cnsiderarse poesía, y unas líneas en prosa. Me lo guardé en el bolsillo por si el valor me fallaba. Cosa que consideré probable, porque el enano de mierda con sus mierdas de flechas, habría conspirado con el dios de las vergüenzas para que me quitara la voz. Le dije que tenía que hablar con ella y la voz me salía, pero tartamudeando y sin encontrar en mi cabeza revuelta lo que quería decir en realidad. Maldije el día de mi nacimiento y de todos los nacimientos. Estaba quedando como un lelo y no pensaba que esa chica pudiera querer a un lelo. Decidí jugar la última carta del perdedor que siempre he sido. Le di el papel. Ella lo leyó en silencio y yo en cuestión de dos minutos estuve a punto de salir corriendo cinco veces. Ella me devolvió el papel y de lo nervioso que estaba, lo tiré a la papelera que había al lado. Ella miró aquello extrañada y me habló con su voz de sirena.
-Tengo que pensármelo --dijo--.
Yo cometí otro de mis errores infinitos.
-Esto no se piensa, se siente --dije--.
-Si eso es así, entonces no puedo. Adiós.

¿Habéis visto a algún idiota que habiendo sacado nueve sobresalientes en nueve asignaturas, se ponga a llorar?

No hay comentarios: