sábado, 27 de diciembre de 2008

Las leyes

En mi vida ha sucedido de todo, menos esto. De cualquier modo, el hecho de ser hombre, y en el hipotético y poco probable caso de que acabe teniendo pareja, me hace tener muchas papeletas para el sorteo de irse al otro barrio antes que mi compañera en potencia. También he pensado que mi presencia debe generar alguna energía oscura y llena de penurias la vida de quienes tienen el valor de compartir algunas palabras con un sin remedio como yo. No estoy en absoluto satisfecho del país que habito, ni con el presidente del gobierno ni con los demás líderes de los partidos de la oposición. A fin de cuentas, sentarse en Moncloa hace que los ideales se vayan a tomar por dónde usted ya sabe. Me gustaría que hicieran un partido con las siglas VPB (voy a ponerme las botas), ése sería el único que no engañaría a nadie y el que merecería un voto insignificante de alguien no menos insignificante. La ley que privó a una conocida de un derecho que la propia ley recoge, vaya usted a saber quien la aprobó pero demostró con creces la mente de este país, tan lleno de intelectuales y sobre todo, de abogados.
La inmensa mayoría estará de acuerdo conmigo en que el matrimonio hoy en día es un anacronismo, pues en el momento en que vives con alguien, estás metido en el saco, hayas firmado o no un papelito y pagado lo que haya que pagar. Y según la ley, si es que mi ridículo cerebro no la ha interpretado mal, la "viuda" tiene derecho a recibir una paga (ridícula) por parte del estado. Quizá el precio del café del presidente del gobierno le haga pensar que con la pensión de viuedad, mi conocida podría haberse comprado un Ferrari. El caso es que esta persona vivió veintitrés añoas con un hombre que pasó los últimos dos años de su vida en una cama sin poder valerse por si mismo. E ironías de la propia existencia, este hombre nunca llegó a firmar el divorcio con su anterior pareja a pesar que lucía unos preciosos adornos que lo obligaban a agacharse cuando pasaba un avión para evitar accideentes aéreos.
Dos años dedicados en cuerpo y alma a atender y cuidar al hombre que había compartido casi media vida con ella, cambiarle los pañales, estar pendiente de darle la medicación, la comida, el agua, incluso ya que estamos en estas fechas, comerse las uvas en la soledad de una habitación junto con "su hombre". Sin contar la falta de actividad sexual e incluso afectiva que padeció esta mujer. Todo por amor...
¿En serio hay alguien que supere mi estupidez para no darse cuenta que eso era un matrimonio como los que ya no hay? ¿Es en serio necesario firmar ante un sacerdote que mira a la novia con la libido por las nubes o ante un notario curtido en mil batallas que está pensando que eres gilipollas por hacer lo que estás haciendo? La ley desde luego, lo pensó así.
Al morir, esta persona intentó arreglar su pensión de viuedad, pues había renunciado al trabajo para cuidar de él y vivía de las rentas de dos pisos alquilados. Cuando presentó la documentación necesaria, recibe la noticia de que "la mujer" del fallecido ha obtenido la pensión. "¿Quién se cree usted que es para burlarse así del Estado?"-oyó decir al funcionario-. Con la cara roja ya no por vergüenza propia, sino ajena, mi conocida regresó a su casa a enterrar su dolor.

2 comentarios:

Treinta Abriles dijo...

Tienes razón pero: ¿Cómo controlar un mundo sin papeles que demuestren nuestras palabras? ¿Crees que en el mundo en que vivimos la "Palabra de un hombre" es de fiar? Desgraciadamente NO.

La moraleja de todo esto es que deberíamos vivir la vida pensando que hoy puede ser nuestro último día en la tierra. A veces, nos da reparo hacer las cosas bien: un testamento, un divorcio... "¡No necesitamos papeles!"-Decimos-"-Confiamos el uno en el otro". Pero las palabras se las lleva el viento. Sólo lo escrito queda, pero, en tal caso, lo escrito, deberían ser nuestras propias palabras.

Juanjo dijo...

Un fuerte aplauso. Yo no habría podido expresarlo mejor. Felicidades.